lunes, 1 de septiembre de 2014

EL JARDÍN DE LOS CEREZOS
DE ANTON CHEJOV   1860-1904
Teatro General San Martín-Sala Martín Coronado, de Miércoles a Domingo.

La deficiencia del ser humano no es la pobreza o carencia de bienes materiales, sino la incapacidad de entender el paso del tiempo, las transformaciones, las pérdidas y su propia decadencia. Eso es lo que muestra este “clásico” teatral estrenado en 1904.

Esa aparente simpleza de Chejov, que logra presentar ante los ojos del espectador temas fundamentales en la vida contando una historia común: el paso del tiempo, el pasado irrecuperable, las nuevas generaciones ocupando inexorablemente los espacios que dejan las anteriores, las trasformaciones constantes de las circunstancias que condicionan al hombre, todo presentado con un desarrollo fluido, sin grandes desvíos que distraigan de la trama principal. No esuna historia compleja ni tiene final sorpresa. Nada pasa y pasa todo.

La historia es simple: una familia aristocrática propietaria de una hacienda con un bosque de cerezos que rodean la casa principal en la Rusia del siglo XIX. No quieren o no pueden cambiar su forma de encarar la vida, para ellos no ha llegado la Revolución Industrial ni los cambios sociales, que al final los van a arrastrar a ellos como un tsunami.

En un espacio escénico deslumbrante, de una imaginación y perfección técnica pocas veces vista. Proyecciones con animación, realmente caen las hojas de los cerezos!, gran profundidad,  y un muy buen aprovechamiento de las posibilidades de una sala como la Martín Coronado del Complejo teatral General San Martín, única en el país.El vestuario es exquisito, con diseños y colores que dan la sensación justa de verosimilitud para mostrar la apariencia de esa aristocracia venida a menos de la Rusia decimonónica. Estos dos rubros son mérito de Eugenio Zanetti, de extensa trayectoria en nuestro medio (no olvidar su Drácula en el Teatro Odeón de Buenos Aires con dirección de Sergio  Renan en el año 1979 entre tantas otras) y ganador de un muy merecido premio Oscar en 2000 en Hollywood por dirección de arte. El diseño espacial y escenográfico tiene por partes iguales algo de material y de  etéreo al mismo tiempo.

La dirección de Helena Tritek es, como siempre, una de una precisión de relojería, pero no se notan los artificios mecánicos, sólo se intuyen.

Las actuaciones son excelentes. Empezando por Cristina Banegas, una de nuestras mejores actrices, una constelación de matices y  recursos profesionales, jugando el papel principal, como Liuba, la gran dama que siempre está con una corte de sirvientes, familia y vecinos, pero que en realidad está con miedo a perderlo todo y fundamentalmente y por sobre todas las cosas está sola. Vuelve de París para recuperar su propiedad y la felicidad de su infancia, y no logra ni una cosa ni la otra.También destacamos la actuación de Alejandro Viola, en un rol que no estamos acostumbrados a ver dentro de sus trabajos. Todos tienen un buen nivel interpretativo, con actores como Mario Alarcón, Gustavo Rey, y actrices como Maruja Bustamante y esa gloria de Nelly Prince. El papel de Esteban Meloni (que representa aTrofímov el intelectual que descree de los bienes materiales y apuesta por la libertad y el idealismo) está hecho con fervor y oficio.

Todos han brindado lo mejor hasta los bailarines y los músicos.

Obra para no perderse, en resumen, de esas en que uno sale de la sala reflexionando sobre temas muy profundos. Y con la sensación de que todos en algún momento hemos perdido en el pasado algún jardín o la infancia ola juventud.


ALBERTO DI NARDO
TEATRO- “ DON JUAN Y FAUSTO”

De Christian Dietrich Grabbe. Elenco: Nicolás Balcone, Ariel Leyra, Zuleika Esnal, Emiliano Carrazzone, Fernando Iglesias, Alejandro Mazza, Eva Matarazzo, Esteban Maggio, Laura Serial. Puesta en escena y dirección: Daniel Suárez Marzal y Gonzalo E. Villanueva.
Palacio Barolo- Avenida de Mayo 1370, Domingos 20 horas.


“Don Juan y Fausto”, del alemán Christian Dietrich Grabbe (1801-1836), narra el encuentro de estos dos personajes míticos, referentes de la cultura latina y germánica, y su enfrentamiento por la misma mujer, Doña Ana, síntesis de la femineidad y el deseo.
La acción transcurre en Roma, adonde Don Juan viajó acompañado por su fiel sirviente Leporello, en busca de aventuras y con el objetivo de conquistar a doña Ana, quien pronto se casará con Octavio.

Al mismo tiempo, Fausto invoca al Demonio en la figura del Caballero para consultarle por el fin último de las cosas, quien se lo resume en el Amor, encarnado en esa misma mujer. Es así como Fausto pergeña una estrategia para correr de su camino a Don Juan, raptar a Doña Ana y llevarla a su castillo en la cumbre del Montblanc. Hasta allí irá Don Juan para enfrentarse con Fausto.

Ante la negativa de Doña Ana a acceder al amor de Fausto, éste la asesina. En el último enfrentamiento entre los dos personajes principales, el triunfador será el Caballero, quien poseerá finalmente sus almas y se declarará victorioso por sobre el egoísmo y la arrogancia humanas.

La obra fue montada por primera vez en Hispanoamérica en 2013 por esta misma compañía y constituye un hito destacable de la dramaturgia, ya que convoca a dos personajes universales de la literatura y el teatro. Este hecho de intertextualidad, habitual en tiempos posmodernos, presenta momentos de gran originalidad.

Sólido elenco y una precisa puesta que aprovecha todas las posibilidades del sótano del Barolo. Nada mejor que las entrañas de este edificio inspirado en la Divina Comedia del Dante, con inscripciones en sus columnas y cúpulas que nos recuerdan el infierno, el purgatorio y el paraíso.

Quien obra mal en su vida, termina mal, como aquellos que desafían y pactan por su alma con la banalidad y la ambición, ya sea de dinero, poder, mujeres o eterna juventud. En el final entra en escena la inexorable muerte como tema recurrente, tan antiguo y siempre actual.

Tarde o temprano llega el castigo, que no es humano, sino celestial. O para decirlo según la sabiduría popular: Quién mal anda, mal acaba.

ALBERTO DI NARDO


sábado, 31 de agosto de 2013


TEATRO /  LA HISTORIA DEL SEÑOR SOMMER

De Patrick Suskind, con Carlos Portaluppi. Dirección Guillermo Ghio

Teatro Timbre 4, México 3554, Boedo

 

El bávaro Patrick Suskind, nacido en 1949, es uno de los escritores más interesantes de las últimas décadas, autor entre otras de esa muy buena novela que fue llevada al cine: El Perfume (1985).En la cartelera porteña se están representando dos de sus creaciones: El contrabajo (1981) y la obra que se ha reestrenado y que hoy nos ocupa, La historia del señor Sommer(1991).

Lo virtuoso de su escritura se puede apreciar en este relato de la niñez, contado por el protagonista, un joven entrando en la madurez, que condensa entre delicadas evocaciones, múltiples líneas de desarrollo para hablar de las cicatrices que deja la infancia, la génesis de los miedos, la descripción y análisis de la sociedad alemana de los años sesenta, las obsesiones propias y ajenas. Todo en un monólogo, si se quiere frío, conciso, sintético, pero dicho con toda la emoción posible y arropado por una escenografía y puesta de luces minimalista que aporta calidez, que refleja el proceso que se da en el protagónico, reacomodando sus vivencias y recuerdos, las luces, responsabilidad de Adriana Antonutti y Pablo Armentano, exactas para marcar cortes y climas.

El atribulado personaje, como dijimos, es un adulto, que evoca su pueblo, un paisaje bucólico, los compañeros del colegio, el primer enamoramiento, su familia y muy especialmente una imagen de enorme peso en su, a veces, reticente memoria: el señor Sommer, un extraño personaje del lugar.

El espectador se deja seducir por el humor que poco a poco deviene en tensión que crece.

Hemos visto esta puesta el año pasado, en abril de este año y ahora; es notable como se ha “afinado” el trabajo, la obra fluye naturalmente, se ha logrado una gran precisión con la dirección general de Guillermo Ghio, director y docente de prestigiosa y larga trayectoria, también responsable aquí de la adaptación escénica, espacio escénico (que resuelve con pocos pero importantes elementos) y la selección musical. Hay sutiles acciones como por ejemplo el descorrer al principio de la obra las telas y plásticos que cubren los muebles y el piso del ámbito en refacción donde trascurre la obra y al final de la misma cuando todo vuelve a su lugar. ¿Descorrer  los velos de la memoria?                      .

Mención aparte merece uno de los grandes actores de la actualidad, que cuenta en su haber con  grandes trabajos en cine, teatro y televisión: Carlos Portaluppi, talentoso, de carácter y dueño de una inagotable reserva de matices, que van del susurro a la explosión, con una expresividad fuera de lo común.

 

 

No vamos a decir nada más, ustedes, como espectadores, pueden hacer cada uno su propia lectura de la obra, de eso se trata el hecho teatral, para nosotros una posible puede ser la indagación en los recónditos y a veces obscenos pliegues de la memoria.

El aplauso final en la sala nos ahorra abundar en esta nota con mayores comentarios.

Una obra de calidad, hecha con gran calidad.

ALBERTO DI NARDO

Setiembre 2013

lunes, 5 de agosto de 2013

ATILIO JORGE CASTELPOGGI -POETA-EL AMANTE DE BUENOS AIRES


ATILIO JORGE CASTELPOGGI


 

 

 

 

Como humanos y torpes cronistas, solo nos limitaremos a describir par­cialmente el paso de alguien por este mundo. Sabemos que se corporizó un 18 de Abril (Viernes Santo) del trágico año 1919, en la calle Mármol casi Constitución, en  Boedo, Buenos Aires.

 

En su infancia, feliz y apacible encontraremos las raíces de sus poéticas y evocativas imágenes, uno de los ejes de su obra. 

 

Ramón Columba le preguntó  alguna vez al primer diputado socialista de América: Alfredo L.  Palacios quién lo había iniciado en el socialismo, éste respondió: “En el socialismo me inició mi madre. Ella puso en mis manos el Nuevo Testamento, con el Sermón de la Montaña, y llegó a apasionarme la figura de Jesús. Yo tenía once años de edad”

 

La madre de Castelpoggi: Lidia Núñez , de Gualeguay, Entre Rios, poseía una profunda fe católica y su padre: Atilio Ernesto Aquiles Castelpoggi simpatizaba con las posturas del socialismo de Juan B. Justo. De esa combinación  surgió la religiosidad y  sensibilidad por los humildes que lo acompañó a lo largo de toda su vida.

 

Estudió en el Comercial Hipólito Vieytes, tuvo como compañeros a José Alfredo Guzmán Etcheverry, Juan Trilla y Antonio Cafiero.

Mal alumno de castellano, aprendió a querer la literatura con su profesor: el doctor Florencio Sanguinetti, padre.

 

A los diecinueve años militó en F.O.R.J.A. , donde conoció a grandes figu­ras del mundo político y cultural: Gabriel del Mazo, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Darío Alessandro, Luis Dellepiane y Homero Manzi.

 

Comenzó a cursar sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Económicas en 1941. A partir de ese año y hasta 1943 fue empleado de la entonces Dirección General de Réditos.

Se recibió en 1945 y trabajó en la Unión Obreros y Empleados Municipa­les y luego en la Secretaría de Trabajo y Previsión de la Nación y en el Sindicato del Calzado.

 Por esa época estudió Derecho, tuvo como profesor al Dr. Alfredo L. Palacios.

 

 

Manzi fue el que le aconsejó: “Cantale a los adoquines de Boedo y a los tacones de las chicas del barrio y sobre todo detenete en las brumosas noches de invierno, observá las paredes descascaradas porque también de allí salen los fantasmas de la poesía”.

 

 Y le cantó al barrio y  a su ciudad, pero también plasmó lo social y los laberintos del inconsciente y la indagación filosófica.

 

El poeta Luis Ricardo Furlan en su artículo “La Generación del 50 en la poesía Argentina” aparecido en “Noticias Gráficas” (2-7-61) escribió: “Al­rededor de 1950 la aparición  de un grupo de poetas que replanteaban el significado y el ejercicio de la literatura, se evidencia  una preocupación social y un carácter nacional que revalorizará lo porteño en sus rasgos más populares”.

Este autor ubicaba a todos los no vanguardistas dentro de un denominado “neohumanismo”, pero la lista de los poetas era bien diversa.

Mario Jorge De Lellis y  Roberto Hurtado de Mendoza dirigieron  “Ventana de Buenos Aires”, que comienza a editarse en 1952 y fue una  revista lite­raria con una estética  distinta a la del grupo ·”Poesía de Buenos Aires”, propuso una postura antivanguardista, antiextranjera y antirrómantica (en comparación con las décadas anteriores), nacionalista, popular y porteña.

 La idea era “vivificar el idioma” y una de sus claves fue la aceptación de la palabra coloquial, a través de lo cotidiano llegar a los grandes proble­mas del hombre. Castelpoggi  se desempeño como secretario de Redac­ción  entre 1953 y 1955.

Algunos de los vinculados a  esta publicación mostraban cierta preferencia por la temática porteña o nacional, el lenguaje directo y, en algunos más que otros, el compromiso ideológico: Nira Etchenique, Martín Campos, Fernando Guibert, Osvaldo Rossler, Héctor Yanover, Luis Ricardo Furlan y Fermín Chavez. 

 

Fue uno de los representantes de esa etapa: un poeta lírico que fusionaba la voluntad nacional  con  la nostalgia y el amor al barrio, y  a la vez todo equilibrado con preocupaciones metafísicas, la búsqueda de una expre­sión clara y comprensible que no  actuara en desmedro de lo formal.

Solía explicar  su evolución estilística hacia una poesía basada en “ la sensación que queda intacta al desgastarse la anécdota”, mediante el “camino del misterio” y la “música del silencio”. 

 

En “Diálogos” de Alejandro Elissagaray manifestaba: “Mis preferencias poéticas corren por otro lado. En cuanto a los italianos, debo citarle a los clásicos Petrarca y Dante Alighieri, pero sobre todas las cosas a los con­temporáneos Giusseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Eugenio Mon­tale y Vicenzo Cardarelli, por el aporte que le han brindado al género y el universo peculiar que han sabido construir. Sin lugar a dudas, dentro de la producción del siglo, son superiores a los españoles, con la excepción de Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre y Pedro Salinas. No quiero olvidarme tampoco del portugués Fernando Pessoa y del griego Odysseo Ellytis.”

 

Comprendía  que los temas políticos y sociales pueden ser materia de la poesía y no lo contrario. Miguel Angel Asturias elogiando al poeta dijo: ”Es  una poesía invadida por el hombre y un ejemplo de poeta que vuelve a consustanciar su canto con la realidad del mundo”.

 

Lector de Heidegger y sus postulados filosóficos, conocía los senderos de exploración de la existencia.

 

 

De carácter amable, elegante, fino en sus observaciones, de corazón grande y sonrisa franca, era una especie de gran Caballero, amigo de todos y querido por todos. Pablo Penelas Alurralde escribió en 1997: “Precisamente, en esa natural sonrisa, se guarece quizás el secreto del sabor real de la vida, o del significado que ésta representa para el poeta: alegría, conocimiento, sencillez y trascendencia. Esta es la imagen que transmite Castelpoggi, no solo a través de su semblante o de su manera suave de hablar, sino también la de una peculiar postura ante la existen­cia, ante el mundo; aquel que indaga, que descubre o que siente el deve­nir del espíritu y los caminos del hombre en la búsqueda de la fecunda luminosidad interior”.

Fue un buceador de la nostalgia, que según él, “es solo memoria vién­dose pasar”.

 

De imposible encasillamiento, formalmente singular entre los de su generación, su manejo de la metáfora y sus imágenes novedosas (similares y distintas a las de Manzi y Expósito) fueron las herramientas de su solitaria construcción. Ibsen dice por Stockmann: “El hombre más fuerte es el que está mas solo”.

 

Rescató como un arqueólogo miles de imágenes. En el antes citado libro de Elissagaray declaraba: “Otra disciplina artística que me acompaña mu­chísimo desde siempre es el cine. De él pude extraer la técnica del mon­taje para aplicarla en algunos de mis poemas”.

 

Integró brevemente el grupo de poetas “El  Pan Duro” junto con Juan Gelman, Héctor Negro, Julio César Silvain. Juan Hierba, Rosario A. Mase, Jorge De Luca, José Santirso, Hugo Ditaranto, Nicolás Reches y otros.

 

En 1951 ganó el Premio Iniciación junto con Amelia Biagioni y Alfredo Vei­ravé.  En 1952 publicó  “Tierra sustantiva”, ediciones Señal en el Alba.

 

Luego en 1954 “Los hombres del subsuelo”, ediciones Señal en el Alba, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.

 

En 1955  su poesía fue incluida en la selección publicada en Montevideo: ”Dieciocho poetas jóvenes argentinos”.

 

Su adhesión al peronismo determinó que, por su seguridad, era menester abandonar el país y en 1956 gracias a una beca de la Cancillería de Brasil dictó un curso de Castellano sobre autores argentinos y latinoamericanos en la Universidad Pontificia de Río de Janeiro.

Ese año aparece “Cuaderno de noticias”, editorial Signo, una clara visión sobre el imperialismo.

 

 

 

 

 

 

Fue , quizás, un puente entre los anteriores guerreros literarios del Grupo Boedo y las nuevas generaciones, que aún hoy sorprenden, como Derlis y Lois.

 

 

En 1958, como asesor literario de Radio Municipal, con la colaboración de Alvarez Vieyra y Margarita Durán, introdujo el tango en esa emisora, donde era exclusiva la música clásica, en el espacio titulado “Conciertos para el mediodía del domingo”, donde  se destacaron Aníbal Troilo, Astor Piazzolla, y Roberto Goyeneche entre tantos otros.

 

Fue periodista del Ministerio de Salud Pública desde 1958 hasta 1969.

 

En 1959 publica “Poema al barrio”, edición del autor y “Frente del Cora­zón” editorial Tirso.

 

De 1960 es “Destino de Buenos Aires”, ediciones Pleamar, Premio Ciudad de Buenos Aires otorgado por un Jurado integrado por Enrique Larreta, Ricardo E, Molinari, Jorge Luis Borges, Lisardo Zia y Fermín Estrella Gu­tiérrez.

 

  El ensayo “Miguel Angel Asturias, un poeta narrador” de 1961, editorial La Mandrágora (publicado por Albin Mitchell en francés en 1969). Al pro­ducirse la edición del libro en ese idioma vive unos meses en París donde dicta conferencias.

 

 En 1962 volvió a Río de Janeiro y Porto Alegre para brindar recitales de su poesía.

 

 “El alucinado” de 1963, ediciones Pleamar,  inicia un nuevo registro en su poesía que  expresa el  mundo onírico o el inconsciente, Premio Leopoldo Lugones de la S.A.D.E. y el Fondo Nacional de las Artes.

 

En  la misma línea  en 1967 da a conocer “Las máscaras”, editorial Kraft, que obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las Artes.

Desde ese año hasta 1972 se desempeñó en la Oficina de Publicidad Ci­nematográfica junto a Manuel Antín.

También trabajó en la Biblioteca del Congreso de la Nación desde 1973 a 1976.

 

De 1980 es “El adiós incompleto”, ediciones de la Fundación Argentina para la Poesía, Premio Dodero.

 

 La misma fundación  edita al año siguiente “Los oficios anónimos”.

 

Gran repercusión alcanzó en 1983 la aparición de “Buenos Aires mi amante”, ediciones La Ciudad de los Poetas, Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía.

 

 

 

 

 

 

 

 

Elizabeth Azcona Cranwell escribió  sobre este trabajo en “La Nación” del 18 de Octubre de 1992: ”Lo que vemos siempre aparece bajo una nueva luz. La de la empatía profunda con la ciudad donde nació y se vive. Aun­que para nosotros sea lo corriente, lo cotidiano lo que tal vez amemos más de lo que creemos amar, es para Castelpoggi una imagen de algo más vital y trascendente para quien la muerte es un exilio, es no estar aquí”.

 

El autor declaraba: ”Hay un dato curioso al respecto. A caballo de la indagación de los intersticios urbanos surgió una gradual distensión en mi poesía, es decir un camino signado por la libertad formal en el estricto sentido de la expresión. Buenos Aires engendró en mi el ser ciudadano, la naturaleza de hombre meditabundo y eternamente solitario, pero también el ser poético, la vertiginosa huella de lo desconocido, me ayudó a recalar en los acantilados de la creación. Soy lo que soy a través de Buenos Aires porque Buenos Aires es el mundo.”

 

En 1988 su “Oratorio menor de un aborigen”, editorial Vinciguerra, obtiene el Primer Premio de la Fundación Dupuytren.

 

De 1989 es “El exilio de mis personajes”, editorial Vinciguerra, donde aborda la cuestión filosófica de forma mas completa que en el resto de su obra, Primer Premio de la Poesía Bienal 1988-1989 otorgado por la Muni­cipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y el Segundo Premio Nacional Cuatrienio 1988-1992.

 

“Pecado  de desmesura”, de la misma editorial, apareció en 1991.

 

 “Confesiones de un búho encantado”, de 1994, ediciones Graffiti, Monte­video, Rep. Oriental de Uruguay.

 

Publica en 1995 “Apenas un cuidador de palabras”, editado por Torres Agüero.

 

“Los de mi sangre”,  de 1996, reúne lo social y lo histórico.

 

En “Mitología de mi infancia”, del mismo año, editorial Nueva Generación, rescata los personajes del  cine que lo maravillaban en su niñez.

 

Y en 1997 “Una calle fuera del Tiempo”, ediciones Junta de Estudios His­tóricos de Boedo.

 

 

 

 

 

 

 

José Gobello  afirmó entonces: “Obras como ésta, nacida del amor y no del cálculo, no deben ser arrojadas al albur editorial, sino presentadas como lo que son, hechos culturales, en su propio ámbito, que es el de la cultura... Castelpoggi no es cuando se expide en prosa menos poeta que cuando escribe en verso. Tal vez mire la vida bajo las especies de una vasta y bella metáfora, tal vez no salga al mundo tangible sino cuando la condición humana, que también padecen los poetas, lo hace indispensa­ble. El alma lírica de este gran poeta se brinda entera en este libro que no es propiamente ensayo ni poema; que es, en suma, la biografía de una emoción que no cesa”.

 

Jorge Göttling dijo: “En ‘Una calle fuera del Tiempo’ se hace visible su obsesión por rescatar la memoria barrial”.

“El barrio no es solo un lugar geográfico, sino un mito que llevamos en el corazón”, escribió  el autor en la página 9 de este libro.

 

Pero su nostalgia no es la de los que se quedaron en el pasado.

Decía: “Simplemente transmito la angustia ante la irrupción de un modo frívolo de concebir la vida urbana, fuera de toda búsqueda histórica u ontológica y más proclive a los embustes de una cultura colonial. Creo que a partir de este desgarro existencial, por decirlo así, puede entenderse la naturaleza de mis textos”

 

 

Entre  1989 y 1992 integró el Directorio del Fondo Nacional de las Artes como director de Letras de esa Institución.

 

Fue nombrado Caballero de la Orden del Lengue por la Cofradía del mismo nombre y Socio Honorario de la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo.

 

Con el músico Jorge Milikota escribió milongas:  “Memorias de un payador moreno”, “Yo quiero quererte así”, candombes : “Mulata de voz profunda” y “Aquella negra de amor”, también la canción “Asalto”.

 

 

Por Ordenanza    50260 del 8-12-95 emitida por el Cuerpo Legislativo y refrendada por el Poder Ejecutivo Comunal según Decreto 89/96 del 8 de enero de 1996 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo declara Ciudadano Ilustre. En el mismo año la Sociedad Argentina de Escritores  por el conjunto de su obra poética le otorgó el Gran Premio de Honor. Esta  distinción la recibieron por ejemplo: Olga Orozco, Silvina Ocampo, Victoria Ocampo, J.L. Borges, Ernesto Sabato, Adolfo Bioy Casares y Marcos Aguinis, entre otros.

 

Solía definir su poesía ”como netamente urbana aunque al mismo tiempo metafísica, ya que su paisaje central es el hombre”.

Decía: ”La poesía genera por medio de la imagen algo concreto, su se­mántica y algo abstracto, su música”.

 

 

 

 

San Juan y Boedo apretando mis ojos.

Algo de Manzi estira tus canciones,

..la sensación de pasos por adentro

La melena tibia de alguna muchacha

..que prende mariposas de alegría

 ..entre mis manos de hombre.

 

Pienso que la muerte es un exilio,

..es no estar aquí,

..no poder arrancar de las lágrimas la gruta

del regreso,

perder el recuerdo.

 

 

He nacido en tu Sur

..nombrado por un tango.

Vuelvo a verte como una novia

..un tanto abandonada.

Me reflejo en el ancho horizonte de tus calles

..hermosas

..como si de pronto fueran un espejo en silencio.

Vivo en ti. Te canto.

Y estoy aquí, solo, caminando.

 

 

Desde 1993 a 1997 fue vicepresidente de la Fundación Inca.

 

Su padre le dijo cuando era adolescente: ”El arte hace la vida más sabia, pero más difícil”. Quizás por ese consejo obtuvo su título de contador, tí­tulo que le permitió en varias oportunidades mantener el delicado equili­brio entre la “mística” y la “mástica”.

 

Le gustaba citar a Ramiro de Maetzu: “Si el almirante Cambaceres hubiera tenido una amante como Lady Hamilton, no habría sido Nelson el ganador de la batalla de Trafalgar y España sería grande”. Y en su propia vida su gran amor fue una talentosa mujer, su musa inspiradora, se cono­cieron cuando él tenia dieciocho años: Lydia Argentina Viola, delicada alma, compañera siempre.

 

Y como buen contador aplicó el principio, adaptado por supuesto, de la partida doble, un 28 de abril del año 2001 desde Boedo partió como hom­bre (presencia física) y como cordial amigo, cálida carnadura habitante de su querido barrio.

 

Así terminó como él definía: “Ese capítulo que solo para que nos enten­damos, llamamos vida”...

 

 

 

Nos había dicho: ”...Quizás nos volveremos a ver en algunas sensaciones que ya no existen, en unas calles que solo viven para nosotros, junto a una cortada con voz a púa gangosa, a colilla de cigarrillo impreso en una noche que solo sirve para evocar”.

 

 

Minutos antes del final escribió: “Abro el arcón donde guardo/ retratos, frases, poemas./ El futuro sigue aún manejando el misterio./ En el vacío de la luz/ aún me seduce lo inédito”.

 

Camino al hospital no pronunció palabra, solo se persignó.

 

 

 

 

 

 

ALBERTO DI NARDO